¿Y qué queda ahora de todo eso? Nada. Absolutamente nada.
Cada vez estoy más convencida de que las palabras se las lleva el
viento.
La que ha estado ahí en todo momento he sido yo. La que sufre soy yo.
Y él está felizmente por ahí con otra, mientras yo sigo aquí, queriéndole.
Queriéndole como jamás he querido a nadie. Queriendo de una forma que llega a
doler como una puñalada en el mismísimo corazón.
Se suponía que me quería más que a su vida…
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