viernes, 13 de diciembre de 2013

Ay, el amor...

Ayer me pidió una cita, y yo le dije que sí, ¿qué iba a hacer sino? Me pareció muy raro que me pidiera una "cita", así, a la antigua, pero es que él es así: un romántico sin remedio. A las 8 oigo que llama a la puerta. Le abro, me da un beso en la mejilla y nos vamos a un bar. La noche pasa muy rápido y sin darnos cuenta ya es la hora de irnos a casa. Y, la verdad, no ha sucedido nada del otro mundo; un par de miradas y poco más. Me esperaba algo mejor, aunque no puedo quejarme porque en realidad no sé cómo tienen que ser las citas, nunca antes me habían pedido una, algo normal, creo yo. Él, muy caballeroso, me acompaña hasta la puerta de mi casa. Nos miramos muy fijamente, como queriendo leernos la mente el uno al otro y sin darme cuenta cada vez estamos más cerca, casi rozándonos. Me da un beso en los labios y en ese instante parece que el mundo se va a parar. El mundo se para y mi corazón cada vez late más y más rápido, que ironía. Nos separamos muy lentamente, aún con el corazón a mil; no quiero que este momento se acabe nunca. Me da un beso en la mejilla y me susurra al oído que soy preciosa y que quiere volver a verme. Puedo sentir mariposas en el estómago. ¡Mierda! Esto no puede estar pasando. Esto no debe pasar. Pero, ay, es que piensa que soy preciosa. Nunca antes me lo habían dicho de ese modo, con esa ternura. Entro en casa y me meto en mi habitación cerrando la puerta. Me tumbo en la cama y no puedo dejar de pensar en él. Tengo esa sonrisa de idiota en la cara que tanto odio, y en mi cabeza sólo suena una y otra vez su voz: "eres preciosa". Soy preciosa para él y eso es lo único que me importa. Estoy perdida.

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