miércoles, 2 de abril de 2014

Posesion maligna.

Lo encontré como desayuno, su cuerpo desnudo aún con aroma a deseo, a sudor y piel.
Me recorrieron las ganas desde la punta del pie hasta el último cabello.
Acerqué mis labios hasta su boca y lo besé desesperadamente, como si tuviera urgencia de sentirlo arder entre mi carne.
Hay paraísos que se encuentran deslizando las manos al sur, pedazos de utopía y trocitos de gloria que se esconden bajo las sábanas.
Su respiración que se cortaba, su pulso que crecía, mi corazón se aceleraba.
Estábamos vivos, muy vivos en una tierra donde la muerte es un premio y renacer entre olas de colores una bendición.
Lo desayuné exquisitamente, me vació las ganas y lleno mi cuerpo, dejándome en el alma una sensación de escalofrió que recorre mi espalda cada vez que recuerdo su vida entre mis piernas y mi corazón en su pecho. 
—Mercedes Reyes Arteaga.

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